Ahora en Washington empieza la inevitable serie de preguntas: quién lo ordenó, quién lo sabía y cuándo lo supo. ¿Obama en persona? No es como si fuera el primer presidente que usa a los inspectores de Hacienda para perseguir a sus enemigos políticos ni la primera administración que maquilla una gran crisis internacional. Tampoco le pasará factura en las encuestas inmediatamente, donde el presidente goza de buena salud. El problema, como siempre, son las expectativas. No puedes ser el presidente de la esperanza y el cambio y a la vez producir la misma basura y usar los mismos trucos de toda la vida.
Ya es lamentable que se hagan 'inspecciones especiales' a las organizaciones que lleven en su declaración las palabras "tea party", "patriota" o que se declaren preocupadas por el gasto gubernamental. Casi más triste es que con un diplomático muerto la se editaran una y otra vez los informes de la CIA para camuflar la naturaleza del ataque. Y sin embargo son dos caras de la mis moneda: que la primera prioridad para un gobierno es ocultar sus fallos y mantenerse fuerte en el poder. El resto, incluido el 'Yes we can', es poesía. Y en los segundos mandatos se lleva más la prosa.
De propina: el escándalo del IRS suena mucho a Nixon. Pero que nadie se engañe, otro al que también le gustaba mandarle los inspectores a sus enemigos políticos era al ícono liberal Fanklin D. Roosevelt.
La bola de cristal: sin embargo ya veréis como Obama no se lleva gran culpa por lo de Bengasi. A fin de cuentas el presidente ya está de retirada y los republicanos pueden intentar derribar a toda una pieza de caza mayor, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton. A esa sí que les interesa tirarla del caballo.