La industria automovilística ya no tiene carta blanca. Se acabó aquello de "demasiado grande para fallar". Obama se ha puesto duro y dice que no hay más dinero público para los grandes fabricantes de coches estadounidenses que están al borde de la ruina. General Motors y Chrysler tienen 30 días para presentar un plan de rentabilidad, que en el caso de la segunda pasa por fusionarse con Fiat. Entonces, dice Obama, tal vez haya más dinero.
Muchos han alertado de que la medida es un golpe aún mayor para estas empresas, ya que nadie comprará un coche sabiendo que la empresa podría desaparecer antes de que acabe la garantía. Ante eso, Obama sí que ofrece una garantizar con dinero público esas reparaciones y hacer que la gente pueda deducirse de los impuestos el importe de la compra de un coche durante este año.
Podríamos estar ante los últimos meses de una industria histórica aunque de capa caída. ¿Podrá el capital político de Obama resistir el hundimiento de una empresas que dan trabajo a decenas de miles de personas en plena crisis? Lo dudo muchísimo incluso ahora que el público está a favor de la dureza con estas compañías y más del 60% se opone a darles más dinero. Obama no puede arriesgarse a llevar para toda la vida la etiqueta de "enterrador" de la industria automovilística. Los sindicatos ya le han dado un toque, porque ven como a la banca se lo han puesto mucho más fácil. Tal vez sea porque la banca sí que parece tener un futuro tras la crisis.
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